Canvas of Life

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La vida hace de nosotros lo que somos, en un instante imprevisible.

jueves, 2 de agosto de 2012

De chocolates, gatos y vida


No sé tú, pero a mi me gusta el chocolate. La sensación de abrir el empaque que envuelve el híbrido de cocoa, es como el sentido común, reconoces el olor y te mueve. Ese sentimiento cuando lo desenvuelves y lo admiras, lo hueles para después tomar un trozo y colocarlo en tu boca. 

Lo saboreas, ¿a qué se parece?. A mi me vienen más los amargos, se asemejan más a mi realidad. Y es que si no fuese por la agudeza con que mi paladar desvanece un pedazo de chocolate amargo, creería que no hay otra cosa más agria y dulce a la vez que la vida.

Yo pienso que la vida tiene zonas amargas y zonas dulces, zonas al fin de cuentas: pero en el rango del límite, en donde se encuentra lo amargo con lo dulce, es lo que hace sentir. Pero sentir no es más que un pasadizo, un túnel que te lleva a la gloria; la gloria no siempre es victoria. Estar en un límite, cóncavo tal vez, en donde se encuentra lo amargo con lo dulce, no es fácil. Son dos sentimientos distintos, te gusta y no. Pero a final de cuentas, aquello que duele y gusta se disfruta más que aquello que sólo gusta. Yo lo disfruto, lo saboreo, lo toco y siento, áspera superficie; si no duele, no sirve.

Ese sentimiento de comer un chocolate amargo es como llorar y reír a la vez. Me encanta. Un chocolate con 70% de cocoa se asemeja al 70% de pesimismo en mi vida. Y es que si no fuera tan melancólica y desesperanzada, no me surgirían ideas como luciérnagas dentro de una cueva, ni tendría concepto de libre albedrío tan sujeto a los sentimientos humanos. 

Pero no es el sabor de la glucosa,  es lo que provoca la mezcla con teobromina. Una ligera sensación deleitosa, es como una esperanza, una luz al final de un acerbo túnel. Todo se asemeja a las chispas de una idea que te salva de un problema abismal, o tal vez no. Las ideas sumisas, blancas e inocentes. Son esas las que salvan al náufrago de morir sobre las olas. Utilizo la metáfora del náufrago para no herir a los que a diario caminan con cara larga sobre el asfalto.

Sin embargo, a veces quisiera ser como los gatos, el chocolate les hace tanto daño que es preferible que jamás lo consuman; total, su sentido del gusto casi no percibe su sabor. Los gatos tan independientes, ajenos e indiferentes; los amos de la delgada línea del inframundo.

Si no fuera por los gatos y el chocolate amargo, no entendería de verdad lo que significa el contraste y el complemento, lo que significa una estancia corpórea. Por un lado tenemos al felino que te mira con ternura pero rasguña tu pierna; por otro lado está la dulzura-amarga de los olmecas. Y es que no hay pez sin mar y mar sin bravías olas; no hay vagabundo sin suerte ni vida sin muerte. Entonces algunos no entienden, no comprenden que después del maremoto el agua se apacigua y vuelve todo a su curso.

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